lunes, 9 de abril de 2007

La nausea o conmemorando el 9 de abril


Que ni pintado para Locombia:


Por: Reinaldo Spitaletta (especial para ARGENPRESS.info)

La literatura, o La Náusea, como decía Sartre, no sirve para nada frente a un niño que se muere de hambre. Y uno que muera, ya es legión. En el Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Cartagena, en un discurso de espanto Uribe dijo que el país ya no vive cien años de soledad, porque, según él, como la violencia se está acabando, vienen “cien años de felicidad”.

No sabe uno si esa frase es parte de una bufonada, o una suerte de estulticia presidencial. O, lo más probable, una especie de burla al pobre, al desvalido, a los millones de indigentes y despreciados de un país en bancarrota moral, pero que anda bien en economía.

Ah, sí. Los grupos financieros, los potentados, los magnates están boyantes. Qué bueno para ellos. Habitan en el reino del privilegio. Y, a lo mejor, alguno de sus representantes hasta leerá a Sartre.

En el Congreso de la Lengua, en una Cartagena llena de inseguridades y pobrezas, también de belleza en su corralito, la palabra hambre no se trató. Era de mal gusto referirse a ella, mientras los reyes de las Españas saboreaban frutos del mar. A quién le iba a importar unos muertos de hambre del Chocó, por ejemplo. Ni siquiera al ministro de Protección Social (?), que, en otro escenario, advirtió, sin sonrojos, que no eran tantos los niños muertos por falta de comida.

Por los días del Congreso de la Lengua y el homenaje a García Márquez, ya circulaba la noticia acerca de la rebaja en cinco puntos de la pobreza en Colombia. Y es obvio: los pobres se están muriendo de hambre y cada vez serán menos. Es una efectiva estrategia para terminar con el flagelo, el mismo que aumentó con la imposición del modelo económico neoliberal.

Y cuando esos pobres, que huelen mal, que están desempleados, que dañan por ejemplo en Cartagena la estética de la ciudad, y en Medellín afean el cemento nuevo, sobre el cual en el Congreso de la Lengua habló el alcalde Fajardo, que, entre otras cosas, estaba asombrado por estar disertando en un congreso de español acerca de sus obras de infraestructura, de las maravillas de sus construcciones, bueno, digo, que cuando esos pobres se acaben a punta de inanición –otra forma de la violencia-, comenzarán los años de felicidad.

Por eso hay que apostarle a la guerra, a dedicar casi todo el presupuesto para los militares, qué cuentos de educación y salud. Los pobres necesitan bala, no importa si ésta procede de la guerrilla, los paramilitares o las fuerzas regulares. Hay que acabar con esa inmensa franja de marginados. Ya a muchos los desplazaron. Que se vayan con sus huesos a otra parte.

Un país que deja morir a sus niños de hambre no es un país. Es un campo de exterminio. Cuando al humillado, al desprotegido, se le azota en su dignidad; cuando a la mayoría se la sume en estados de postración y miseria, es un modo inicuo del ejercicio del poder.

De un poder que excluye. Y, bueno, incluye a unos pocos para que gocen de sus prerrogativas, para que acrecienten capitales y tierras. Al otro lado, muy lejos de las mesas de lujo, están los parias. Una montonera que se reducirá entre penalidades, para que los de arriba puedan decir, a boca llena, que ya viven años de felicidad.

Ya no hay lugar para la náusea. No hay nada para vomitar.

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