Marulanda, “Tirofijo”, es un personaje patético. Después de treinta años, su revolución se pudrió como una papaya caída en el fangal. Es una revolución que ahuyentó a la gente, que se quedó sin pueblo. La verdadera Colombia es la que lucha por la democracia. La Colombia creadora, con voluntad de vida y no de muerte. Marulanda pasó de la estrategia maoísta de tres décadas atrás, con la retórica libertaria, a la realidad de sobrevivir de las retenciones a las exportaciones atroces de los narcos. Se arrastra como una sombra del pasado estalinista por el “convento de la selva”. El mismo es la imagen de las ilusiones revolucionarias perdidas en la enfermedad infantil del izquierdismo sudaca. Su ejército es una leva de por vida: nadie puede desertar sin ser condenado a muerte. De la moralina de la alfabetización pasó a vender los secuestrados a sus familiares.
Como un dios destronado, aparece en las fotos con uniforme militar y una toalla amarilla que usa constantemente para secarse el sudor o para envolverse la cabeza hasta que pase la nube de mosquitos, los famosos zancudos de la Rain Forest. (Esto lo contó el ex presidente Pastrana en Madrid a un grupo de amigos cuando recordó sus humillaciones, y las de Colombia, en sus encuentros para un acuerdo que nunca se logró.)
Para castigarnos, Dios no necesita más que concedernos lo que ambicionamos: Marulanda y sus envejecidos guerrilleros son también rehenes de esta selva que sólo es vivible para los aborígenes, sus dueños originarios, que nacieron en ella y morirán con ella. Allí se puede sobrevivir, pero no vencer. Todo se oxida: armas, almas, cuchillos, ganas. Los libros de Mao y de Lenin se agusanan en los cobertizos cubiertos por la jungla.
"La autoridad competente advierte a la población que andan sueltos unos cuantos jóvenes cimarrones, matreros errantes, vagos y mal entretenidos, que son portadores del peligroso virus que contagia la peste de la desobendencia. Afortunadamente para la salud pública, no es difícil identificar a estos sujetos, que manifiestan una escandalosa tendencia a pensar en voz alta, a soñar en colores y a violar las normas de resignación colectiva que constituye la esencia de la convivencia democrática". Eduardo Galeano.
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Marulanda, “Tirofijo”, es un personaje patético. Después de treinta años, su revolución se pudrió como una papaya caída en el fangal. Es una revolución que ahuyentó a la gente, que se quedó sin pueblo. La verdadera Colombia es la que lucha por la democracia. La Colombia creadora, con voluntad de vida y no de muerte. Marulanda pasó de la estrategia maoísta de tres décadas atrás, con la retórica libertaria, a la realidad de sobrevivir de las retenciones a las exportaciones atroces de los narcos. Se arrastra como una sombra del pasado estalinista por el “convento de la selva”. El mismo es la imagen de las ilusiones revolucionarias perdidas en la enfermedad infantil del izquierdismo sudaca. Su ejército es una leva de por vida: nadie puede desertar sin ser condenado a muerte. De la moralina de la alfabetización pasó a vender los secuestrados a sus familiares.
Como un dios destronado, aparece en las fotos con uniforme militar y una toalla amarilla que usa constantemente para secarse el sudor o para envolverse la cabeza hasta que pase la nube de mosquitos, los famosos zancudos de la Rain Forest. (Esto lo contó el ex presidente Pastrana en Madrid a un grupo de amigos cuando recordó sus humillaciones, y las de Colombia, en sus encuentros para un acuerdo que nunca se logró.)
Para castigarnos, Dios no necesita más que concedernos lo que ambicionamos: Marulanda y sus envejecidos guerrilleros son también rehenes de esta selva que sólo es vivible para los aborígenes, sus dueños originarios, que nacieron en ella y morirán con ella. Allí se puede sobrevivir, pero no vencer. Todo se oxida: armas, almas, cuchillos, ganas. Los libros de Mao y de Lenin se agusanan en los cobertizos cubiertos por la jungla.
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